Limpiando cucarachas mentales del cuerpo, el sexo, el amor y otros demonios. Desde kinder hasta once estudié en un colegio de monjas. Femenino. De falda de cuadros hasta la rodilla. De cura visitando los salones de clase para invitar a las estudiantes a confesarse a cualquier hora del día. Los profesores de cualquier materia (física, trigonometría, filosofía) tenían que darle permiso a las estudiantes para salir de clase a compartir sus pecados con el sacerdote. Me gradué del colegio a los 16 años. Tengo 35 y aún sigo con el Raid simbólico en la mano, matando cucarachas de culpa, autojuicio y vergüenza que me dejó la mojigatería a la que me vi expuesta durante once años, unos de los más significativos de la vida en lo que se refiere a formar las visiones del mundo. Esa cacería de cucarachas ha sido una tarea ardua e intensa. Me ha enseñado mucho del espíritu humano, de los rincones de la conciencia que dejamos a oscuras y de las maletas insufribles con las que cargamos al cuerpo y al amor. La posición de alerta constante frente a los filtros con los que veo el mundo me ha vuelto muy crítica de temas en los que tal vez las monjas tengan poco que ver, como el canibalismo que tantas veces protagoniza los vínculos femeninos. Procuro ponerle la cara a diversos bichos, vengan de donde vengan. En este camino, he resignificado muchas cosas: 1. El cuerpo.
Las monjas con las que crecí le temían tanto al cuerpo que a lo largo de mi primaria no recibí clases de educación física. Creo que la sola idea de un montón de cuerpos femeninos sudando les atormentaba. Por fortuna, he logrado encontrarme gratamente con mi cuerpo y con mi sudor en muchos escenarios: la cama, el deporte, el baile, el yoga, la vida. Cada día agradezco mi cuerpo, lo admiro esté como esté (cansado, irritado, flaco o un poco gordito, lento, ágil, sexualizado o no). 2. El hombre como cómplice. Si al cuerpo le tenían miedo, las monjas a los hombres les tenían pavor. Un hombre en el colegio causaba la reacción que Boo desencadena en su primera visita a Monsters Inc. Mi abuela materna, por su parte, se pasó mi infancia entera despotricando de los varones. Yo tengo un hermano mayor y siempre hemos sido muy cercanos. Además tengo un papá muy cómplice y con una mente muy abierta, así que esta reconciliación llegó a mi vida desde mi más tierna infancia, por fortuna. En el camino se ha ido consolidando. Cada vez más me concentro en la humanidad del sujeto, más que en su género, así que poco a poco voy logrando quitarles de encima los pesos de malvados, desalmados, traidores, pero también las cargas de príncipes, todo poderosos, salvadores. 3. El placer. Debo confesar que todavía me pellizca un poco la palabra. Es decir, aún me da algo de vergüenza decir que hago algo por placer o con placer. Expresiones como ‘fornicar’ o ‘los pecados de la carne’ calaron tan fuerte que en el fondo de mi conciencia que aún hay una voz chillona y terrible que me grita que todo lo placentero está asociado con el sexo y que además es egoísta, ocioso, pecaminoso. Sigo en la lucha, pero he ganado varias batallas. Veo el disfrute sensorial mucho más allá del sexo, y cada tanto me permito usar la palabra placer para referirme a experiencias de los sentidos que tienen que ver con la música, la comida, las temperaturas, los paisajes, la vida. Disfruto el sexo, por fuera del matrimonio (nunca me he casado) e incluso por fuera de vínculos románticos permanentes. Me doy placer a mí misma de muchas maneras (sí también placer sexual). Poco a poco le voy quitando carga negativa a lo ocioso (¡¿qué hay de malo con el ocio?!). 4. Las mujeres como hermanas y no como rivales. No puedo decir que el canibalismo femenino sea una herencia del colegio, pero estaba allí en lo profundo de mi conciencia. Tengo muy buenas amigas de la época del colegio. Siempre sentí mucha solidaridad entre nosotras y no veo que sean mujeres de las que le hacen la vida imposible a otras chicas o que sean envidiosas, celosas, ágrias. Para nada. Sin embargo, en el mundo femenino (al menos en el colombiano) existe una cierta tendencia a mirar con desconfianza a otras mujeres, a observar con mirada crítica sus cuerpos, sus actitudes, su vestimenta, sus movidas laborales, etc. y a emitir juicios especialmente duros. No tengo este tema superado del todo, pero poco a poco se me hacen más evidentes esos momentos en los que estoy siendo caníbal y procuro desactivar esas bombas rápidamente. 5. El amor. Como buen discurso de colegio católico, ése al que estuve expuesta por tantos años hablaba mucho del amor de Cristo. Un amor profundo, desinteresado, generoso, universal, sanador. Sin embargo, siempre sentí que ese amor era muy distinto al que se cultivaba entre las parejas. Sea que venga de la época del colegio, de los medios masivos, de las canciones populares o de donde sea, la imagen del amor romántico al que me enfrenté mientras crecía es de un sentimiento que no deja respirar, que posee, que exige, que castiga, que limita, que envenena, que no comparte, y que incluso mata. Me parece traído de los cabellos que la frase ‘no puedo vivir sin tí’ sea un piropo. Emparentado con todos los demás bichos de los que hablé anteriormente, ese espejismo del amor romántico nos roba el aliento, en el sentido más cruel y más terrible. En ese mundo de cucarachas los únicos amores que liberan son los de Cristo y los que se tienen por los hijos, porque esos sí son inmensos, constructivos, bonitos, liberadores. Entre mis experiencias y mis reflexiones he ido dibujando otra imagen del amor, de todos los amores: el que tengo por mí, por mi familia, por mis amigos, por mi pareja permanente o cualquier persona con la que tenga sexo. Ah porque ése es otro fantasma (uno más nuevo, que no tiene nada que ver con las monjas), según el cual uno no puede tener amor por personas con las que tenga sexo ocasional ¡No! ¡qué tal! o los usas y los descartas, o te quieres casar con ellos. Amor de amigos, del que alimenta y libera es impensable en ese escenario. Pues bueno, yo cada vez quiero cultivar más de ese amor de amigos con todo el mundo. Del que no reclama, juzga menos, exige menos, pesa menos, no implica exclusividad. Hoy tengo amigos entrañables, con los que comparto aspectos muy importantes de mi vida y algunas veces, también sexo (que es también un asunto muy importante en mi existencia). Estos hombres son cómplices. Nos reímos, hablamos de nuestros sentimientos (los mutuos y los que tenemos por otras personas), nos aconsejamos, nos cuidamos, vamos a cine, nos felicitamos en el cumpleaños, pasamos tardes de sábado o noches de martes. A veces puede haber besos, caricias, muchas otras veces no. La energía sexual entre nosotros viene y va. A veces se va para no volver jamás. Pero hay muchas cosas importantes en esos vínculos, asuntos muy duraderos y sólidos. Un par de ellos fueron mis novios hace años en relaciones monógamas. Después de la ruptura romántica jamás volvimos a besarnos ni a compartir la cama. Otros han sido parejas de baile, colegas, y algunos fueron amantes antes que nada, con otros creo que no tendré sexo jamás y eso no quiere decir que sean menos significativos que los demás. Todos los hombres de mi vida saben que hay otros. Con cada uno procuro tener conversaciones honestas y profundas sobre este tema, cuando ellos están dispuestos a hablarlo. En las oportunidades en las que han aparecido los celos, también les hemos puesto la cara y he buscado ser lo más empática y responsable posible. Las vidas de estos hombres también tienen muchas mujeres presentes, en distintos roles y con mucho cariño de por medio. A veces conozco a esas mujeres, a veces no. Siempre invito a mis amigos a ser honestos con ellas, porque para mí las verdades son más importantes que las comodidades. Hace relativamente poco tiempo oí hablar del poliamor. Empecé a leer del tema, a conversar con personas que se identifican con esta forma de ver los afectos. Este encuentro con el poliamor me ha ayudado a sentirme menos culpable por alimentar esta comunidad de amigos. Una vocecita me grita ‘puta descarada’ desde lo más oscuro de mi conciencia, pero yo le he ido bajando el volúmen a esa voz y disfrutando cada vez más de esta vida de afectos grandes, durareros y bonitos, así esos afectos tengan una cara poco convencional. Seguiré con el Raid en la mano, ahora reforzado de poliamor. Escrito por Magdalena. ¡Muchas gracias! |
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..................AutorÍAPoliamor Bogotá no se atribuye la autoría de lo aquí publicado. |