Casi 90 personas participaron en el taller número XXI en La Redada el 30 de marzo del 2019. En esta ocasión la reunión tuvo como objetivo conversar e indagar sobre las identidades leídas como “hombres” y el significado de la masculinidad dentro del marco del poliamor. Con la asistencia de una diversidad de identidades auto-determinadas como masculinidades homosexuales, afeminadas, trans, no binaries, migrantes, adultos mayores y, por supuesto, mujeres, pudimos ahondar y cuestionar las estructuras de poder que se generan en orientaciones relacionales no-hegemónicas. Esta mirada diversa y más rigurosa nos permitió poner en diálogo las reflexiones en torno a las masculinidades con el poliamor, alejándonos de una perspectiva –por lo general– auto-referencial (enfocada en la identidad) de hombres adultos heterosexuales, de clase media blanca y con núcleos familiares hetero-mononormativos. En este taller construimos, a través de 5 preguntas y tomando como punto de partida nuestras experiencias individuales, una visión colectiva de lo que significa la masculinidad y el ser “hombre”, analizando los aportes del feminismo a la masculinidad, las vivencias de hombres en el poliamor y las dinámicas que permiten su cuestionamiento dentro de las no-monogamias. 1. ¿Qué es ser hombre para ti? ¿Se elige serlo? Esta pregunta tan amplia y difícil fue el punto de partida para comenzar la reflexión. Ser hombre, antes que nada, es una experiencia humana, de lo humano, que se construye en referencia al otre, desde lo impuesto y desde la construcción propia, respondiendo a imaginarios, expectativas y desempeños. Resulta entonces una combinación de diversos factores; biológicos, sociales, culturales y políticos. La identificación con un género parte de referentes sociales y familiares, y ser leído como hombre implica un dialogo con aquello que hemos legitimado como parte de esa identidad; supone reconocer ciertos rasgos, comportamientos, actitudes que relacionamos con el ’ser' masculino. Ese reconocimiento está condicionado por el marco binario en el que habitamos: “o se es lo uno o se es lo otro”. Este paradigma crea opresiones estructurales y hace que las identidades se construyan por medio de la exclusión y la oposición frente a la otredad “yo soy hombre en tanto no soy mujer”. "Ser hombre parte desde lo que cada une vive en su masculinidad, teniendo en cuenta que existe una diferencia entre la sexuación y la autodeterminación, entre la lectura externa y la interpretación interna". Se hizo mucho hincapié en lo difícil que resulta salir de la biología y del locus genitalis, es decir, del vínculo que se impone entre sexo-biológico = identidad de género, la idea de que tener pipí te hace hombre (cis-normatividad). Así mismo, se cuestionó esa alineación obligatoria entre identidad de género y orientación sexual, la idea de que ser hombre te hace gustar de las mujeres (heteronormatividad). Ambas normatividades generan violencias e influyen en cómo la sociedad juzga y jerarquiza la ‘hombría’: esas cualidades que hacen al sujeto merecedor no solo de la etiqueta de ser hombre sino del respeto de otros que se enaltecen con ella. Estas son ideas normalizadas que desde varias mesas se definieron como imposiciones culturales sobre los cuerpos. Ser hombre no implica tener pene, ni ser masculino, ni ser heterosexual. "Creer que se es hombre únicamente desde lo físico y desde lo que la cultura le ha impuesto reivindica sus características violentas". El cuestionamiento de si se elige o no ser hombre llevó a la idea de que cada persona puede tener una interpretación propia de lo que significa identificarse con un género en específico, pero también surgió la preocupación por tener que definirlos. "Uno se puede sentir hombre y elegir serlo más allá de la imposición, pero nuestra decisión siempre estará condicionada por nuestros referentes y por los estímulos que recibimos en el contexto en el que habitamos". Igualmente, se hizo alusión a las personas intersexuales y transexuales por las opresiones que sufren al vivir y transitar al margen del género binario. 2. ¿Qué es la masculinidad y lo masculino?¿Es lo masculino exclusivo de los hombres? ¿Es distinto en personas poliamor? "Se puede ser hombre sin reproducir sus estereotipos". Cuando hablamos de masculinidad siempre solemos hacer referencia, en primera instancia, a una identidad; al conjunto de valores y características que la sociedad supone que deben tener los hombres. Estos rasgos, roles y estereotipos que convencionalmente se les atribuye derivan en lo que consideramos “masculino” (fenotipos, colores, vestimentas, tono de voz, etc.). Algunos de los rasgos arquetípicos que se mencionaron fueron:
"La feminidad en sujetos masculinos está mal vista". Es así como podemos entender al hombre (sujeto), a la masculinidad (identidad+subjetividad+eje político) y a lo masculino (como adjetivo que refiere a lo relacionado con la condición de hombre) como elementos interdependientes, profundamente retroalimentados y construidos entre sí. Más aún, no podríamos hablar de hombres sin hablar de lo masculino, pero tampoco podemos obviarlas como categorías exclusivamente pertenecientes al varón. También hay mujeres masculinas. "Hay espacios que masculinizan a las mujeres para asumir roles tradicionalmente referidos a los hombres". 3. ¿Cómo puedes ser masculine y feminista? Esta pregunta alborotó en algunos grupos la gran polémica alrededor de si un hombre puede ser etiquetado como feminista o no. Pero, más allá del asunto nominal, el consenso general fue que lo masculino no solo puede ser feminista sino ha de serlo. Es decir, tanto los hombres como su monopolio sobre lo masculino deberían aspirar a ser feministas. Al apoyar y reivindicar la lucha por la equidad y la igualdad no solo se da pie a descentralizar la mirada de lo masculino como propio e intransferible de identidades leídas como hombres, sino también pone en cuestión las cargas de poder que conllevan: brinda una incomodidad productiva que puede constituir una herramienta sólida para separar la masculinidad de las prácticas tóxicas con las se performa. En el marco relacional, un ejemplo claro puede ser la deconstrucción de la posesividad como falso sentido de protección hacia un amor más cuidadoso y menos dominante. "El cuidado es el ejercicio que, desde el feminismo, debe permear las relaciones poliamorosas". Por otro lado, se puede ser masculino sin ser hombre e identificarse como feminista; por ejemplo, una mujer puede ser considera ‘muy masculina’ y eso no le resta o suma mérito si abandera el feminismo. Además, la identificación con el feminismo ayuda a reconocer las características femeninas que tienen los hombres sin el juicio peyorativo que la perspectiva tradicional les impone; más aún, puede resultar un refugio y un aliado crítico para las nuevas masculinidades. “La aspiración de la igualdad y la equidad es una posibilidad de lo masculino y una responsabilidad de los hombres”. 4. ¿Cómo vives tu masculinidad dentro del poliamor? ¿Qué experiencias o situaciones poliamorosas han modificado tu masculinidad? ¿De qué manera? ¿Cómo influye la presencia de otros hombres en la red afectiva? Para responder a todos los apartados de esta cuarta parte, escogimos algunos comentarios y experiencias: “Pasé de ver a mis potenciales parejas como objetos de deseo a sujetos de cuidado, dignos de dar y recibir placer a otres”. Ese cambio de perspectiva, que no implica ‘otorgar permiso’ sino reconocer la autonomía de la pareja, cuestiona esa ideología de la dominación en las masculinidades hegemónicas. Tener consideración por metamores tiene como consecuencia velar por el bienestar de esos vínculos, sus redes afectivas y pensar en las propias. Esto permite desmontar el individualismo solitario del hombre del siglo XXI. Llevar las relaciones poliamorosas con honestidad y construir acuerdos de manera consensuada requiere un diálogo inter e intrapersonal, poniendo sobre la mesa nuestras emociones, deseos, inseguridades y expectativas. Desde una masculinidad emocionalmente reprimida, esto promueve el desarrollo de una auto-reflexión que incita a conocer y comunicar esas emociones de manera más asertiva. Las configuraciones relacionales con varios hombres también pueden cambiar la lectura entre ellos, desde la versión de posible competencia o amenaza a una visión más compañerista en la que su involucramiento puede ofrecer fortalezas. Esto también sucede entre hombres en entornos de coqueteo y socialización, donde muchas veces son considerados adversarios y posibles detonantes de celos. El poliamor puede desestructurar esas interpretaciones y favorecer lecturas menos confrontativas, enfocadas en el trabajo de la compersión. “La masculinidad hegemónica y la mononorma nos hace pensar que el deseo de nuestras parejas hacia alguien más es sinónimo de humillación”. Aceptar las incompatibilidades entre los vínculos es esencial para reconocer las necesidades y las distintas formas de satisfacerlas. Esto transforma esas incompatibilidades que comúnmente son interpretadas como posibles causas de ruptura o fuentes de sufrimiento a terrenos de diálogo donde los metamores pueden causar un impacto positivo. En relación con las masculinidades, esto puede ayudar a alivianar el llamado estrés masculino, esa presión social por resultar adecuado en aspectos como el rendimiento sexual o su estatus de proveedor financiero; materias que muchas veces son causas de baja autoestima y sensación de culpa en hombres. 5. ¿Puede el poliamor cambiar las masculinidades hegemónicas? ¿Cómo? ¿Puede el poliamor reducir la desigualdad de poder dentro de las relaciones? Esta última pregunta expresa una problemática en las masculinidades arquetípicas que ya se había planteado en la pregunta #5 de Poliamor y feminismo, en la que se hablaba del privilegio masculino y la oportunidad de deconstruirlo a través de la honestidad, la comunicación asertiva, la priorización de los afectos y el rechazo a la posesividad que proponen las no-monogamias. Las relaciones distintas crean realidades distintas. Vivenciar y experimentar una orientación relacional disidente implica darle cabida a dinámicas no convencionales, que a su vez exigen pensar en ellas y en su gestión. Las no-monogamias consensuadas, y por tanto los hombres que participan de ellas, otorgan esta toma de conciencia sobre las dinámicas relacionales y sus cuidados. Al ser los cuidados un rol impuesto a las mujeres, su atención y reparto resulta un aspecto clave para repensar, deconstruir-reconstruir y resignificar las masculinidades; en este caso al enfrentar la mononormatividad. Una relación poliamorosa presupone que no existan las mismas relaciones de poder hegemónicas que se han construido históricamente. De todas formas, esto no las hace exentas de dinámicas dañinas. El patriarcado y el machismo también han infiltrado las relaciones poliamorosas. Se puede evidenciar en la imperante representación de las parejas de tres (un hombre y dos mujeres) y en la poliginia (un varón con múltiples mujeres) como la forma más común de poligamia, en las que se ven las mismas jerarquías, dinámicas y situaciones tóxicas pero en formatos diferentes. De acuerdo con esto y las respuestas a los puntos anteriores, consideramos que el poliamor, aunque no es un modelo mágico para reformar la masculinidad hegemónica, definitivamente representa un espacio de disputa. ¡¡GRACIAS POR ACOMPAÑARNOS EN ESTE APRENDIZAJE!! |
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