Tengo una pizza al frente. A mi lado está un hombre que llevo queriendo, besando y manoseando por más de 5 años. Al otro lado de la pizza hay una chica bonita, buena conversadora. Este hombre al que a veces le digo novio le ha coqueteado, la ha besado y ha follado con ella. A ella la aprecio, al hombre a mi lado lo amo. Han pasado algunos meses desde el día que me enteré del romance entre ellos dos. Mi primera reacción fue de rabia, celos, incomodidad. Antes de que empezara el coqueteo entre ellos habíamos pasado tardes muy agradables juntos.
En una noche de crisis de celos, después de que él me lo contó todo, estuve tentada a sacar ambos nombres de mi lista de afectos, pero tuve un momento de lucidez. En estas situaciones lo obvio es evitar las conversaciones difíciles y enfocar la energía en buscar alguien nuevo, que te mire como si fueras magia, como dice esa frase que tanto comparten en redes sociales. Yo desde muy niña intuía que eso de la magia era una cosa muy perecedera y desde que empecé a meditar, y por lo tanto a conectarme más conmigo misma, empecé a vivir de manera más clara eso de que mis emociones son responsabilidad mía, así que no hay nadie distinto a mí que me pueda ‘hacer sufrir’. Por eso, frente a esa situación que desafiaba todo lo que sabemos del amor y de las relaciones, decidí no tomar el camino obvio y ponerle la cara al monstruo de los celos. El proceso duró algunos meses. Al principio tuve algunas conversaciones con el hombre. Quería saber si le interesaba hacer proyecto con ella, llevarla de la mano a sus espacios familiares, invitarla a viajar en vacaciones. A todas esas preguntas él contestó que no. Eso me ayudó a sentirme menos incómoda en ese momento. Espero que pronto crezca lo suficiente para que si vivo una situación similar logre manejar un ‘sí’ a esas preguntas, sin que se me venga el mundo encima. Después de estas conversaciones mi energía se concentró en entender mi emoción incómoda. La mayoría de los mensajes sobre el amor romántico se enfocan en la idea de que tu lugar en el mundo se justifica cuando ese otro especial te convierte en el sol de su sistema solar. La media naranja, el amor de mi vida, el indicado, todos esos conceptos refuerzan esa idea. Cuando ese a quien tu amas no gira únicamente alrededor tuyo, es fácil caer en la autocompasión, y creer que te devaluaste. Entenderme valiosa independientemente de los cambios en los sentimientos de ese hombre que estaba amando fue un salto cuántico. Entre mil mensajes desempoderantes que cultivan la idea de un ser incompleto, necesitado de un otro que le dé sentido a su vida, mi proceso personal me permitió varios logros: Profundizar la idea de que el amor es amplio y el hecho de que mi pareja tenga afectos por alguien más no descalifica el vínculo que tiene conmigo; aceptar que incluso aunque el hombre deje de quererme de manera romántica, eso no me hace menos valiosa; valorar las verdades por encima de las comodidades; juzgar menos y observar más; encontrarle el encanto a reconocernos complejos, cambiantes, dudosos. Antes de esta experiencia yo ya creía muy poco en la monogamia y por eso tenía un acuerdo distinto con ese hombre: Ambos podemos tener historias sexuales con otra gente, siempre y cuando no nos mintamos y nos cuidemos. El asunto con la chica al otro lado de la pizza me permitió llevar mi comprensión a otro nivel. Esta no era una mujer anónima a la que mi novio vería una sola noche. Esta mujer se reía con él, le mandaba mensajes de texto en cualquier momento del día o de la noche, tenían amigos en común, así que era muy difícil diferenciar eso de lo que él y yo teníamos. Esa frontera difusa fue la que más me incomodó y, por lo tanto, la que más me hizo crecer. Siento que en ese momento crucé la línea entre el cuestionamiento de la monogamia y el poliamor. Yo entiendo el poliamor como una filosofía de vida que percibe los afectos, la atracción y el sexo como energías cambiantes, complejas, difíciles de encasillar y que considera ingenuo pretender que una sola persona colme todos mis espacios de amor romántico, coqueteo y conexión física. Transitar el camino del poliamor me ha ayudado a darle un valor muy especial a las conexiones afectivas. Tener una pareja generalmente se percibe como buscar un espacio de confort, un ‘lugar’ tranquilo donde mis inseguridades y mi temor a la incertidumbre logran reposar. Mi forma de vivir las relaciones es prácticamente opuesta a eso. Las personas con las que comparto afectos me permiten ponerle la cara a mis demonios internos y aceptar la incertidumbre como parte constitutiva de la vida. Cada vez que siento celos, tengo una oportunidad de evaluar qué está alimentando mis inseguridades. De mujeres hermosas, interesantes, buenas amantes está lleno el mundo y ¡qué maravilla que así sea!. Si eso me atormenta es porque me estoy comparando con ellas y siento que el balance no es positivo; es decir, el tormento es al final el producto de una insatisfacción con algo de mí misma. Identificarlo, comprenderlo y trabajar en eso me resulta mucho más nutritivo que pretender tapar el sol con un dedo, y tomar acciones que busquen reprimir el interés de mi pareja por esas mujeres fantásticas. Para mí, las relaciones poliamorosas deben tener la disposición a poner sobre la mesa verdades incómodas y aprovecharlas para crecer. Detrás de una conversación sobre la atracción por otra persona, se abren puertas a muchas otras conversaciones sobre cosas que se dan por sentadas con mucha frecuencia, como por ejemplo, los comportamientos que se supone que debe asumir una pareja. Querer pasar tiempo con mi familia en fechas especiales, compartir mis hobbies y aficiones, dormir en la misma cama, pasar las vacaciones juntos, etc. Estas conversaciones sobre temas incómodos requieren mente muy abierta, capacidad de asumir responsabilidades sobre mis emociones, empatía, franqueza, creatividad para encontrar soluciones innovadoras a incomodidades que en muchos casos las parejas prefieren meter debajo del tapete. En pocas palabras, esas conversaciones son todo un desafío racional y emocional. Evidentemente, eso las hace muy poderosas. Cuando le menciono alguien el poliamor por primera vez, la imagen que ronda su cabeza seguramente es una cama con tres cuerpos desnudos. Y puede ser así, aunque en mi caso eso no se ha dado. Y aunque abrir la vida a la posibilidad de tener sexo con más de un personaje, a pesar de estar cultivando con alguien una relación de largo plazo es muy interesante, el poliamor va mucho más allá de eso y, lo mejor de todo, es que es un proyecto en borrador. Es decir, a diferencia de la visión monógama y convencional de las parejas, el poliamor no es una fórmula única y establecida de vivir la vida. Cada grupo de personas que decidan compartir la cama, el corazón y la existencia, podrán definir sus propias dinámicas y redefinirlas cuantas veces quieran. Pensar en un proyecto amoroso y sexual en constante transformación me estimula tanto o más que la idea de tener sexo con quien me plazca. Por eso compartí con gusto esa pizza, así como seguí compartiendo por un buen tiempo mi vida con ese hombre amado, que coqueteaba con esa mujer bonita sentada al otro lado de la mesa. Escrito por Magdalena. ¡Muchas gracias por tu aporte al colective! |
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