Poliamor, más allá de las sábanas
Llega la celebración de año nuevo y tú decides llevar a la reunión familiar a una amiga, en lugar de ir del brazo del hombre con el que compartes la cama. Quieres hacer una inversión importante y juntas capital con esa persona con la que viviste hace tiempo, que ahora tiene otra pareja y con quien ya no hay historia romántica. Educas a tu hijo en equipo con un amigo que no aportó material genético para engendrarlo y con quien no tienes atracción física. Amar, construir proyecto de vida, crecer junto a otros es un asunto rico y complejo, es por eso que ‘poliamar’ se sale de las sábanas en muchos sentidos. Un estilo de vida poliamoroso no implica necesariamente andar de cama en cama. Es más, yo a veces he pasado meses en el celibato y otras largas temporadas con una única pareja sexual, sin describirme a mí misma como monógama. Hay mil formas de ver, entender y describir el poliamor. La mía tiene que ver con renunciar a los títulos de propiedad sobre las personas, tejer redes de múltiples afectos y ser tremendamente honesta sobre mis sentimientos, mis vínculos, mis temores y mis expectativas. Sentirme propietaria de alguien, tener voz de mando sobre la manera en la que esa persona vive su sexualidad, reparte sus tiempos o invierte su dinero me ha generado una cierta incomodidad desde siempre. “Dile que la deje de llamar”, “exígele que te acompañe a la reunión familiar”, “no lo dejes solo el fin de semana”, todas esas frases prenden en mí una alarma. No disfruto poner exigencias, ni restricciones forzosas; ni para mí ni para las personas que quiero. Me encanta la idea de ser coequipera, dar consejos, compartir mis dudas y decisiones; pero eso pierde un poco la magia cuando viene desde la imposición, la norma, el “así deben comportarse las parejas”. También he sentido que es una utopía esperar que una persona llene todos los espacios de mi vida. Un ejemplo sencillo viene con la salsa. Amo bailar, quisiera hacerlo hasta que me muera, pero me parece terrible la idea de descartar de mi vida a un hombre fantástico sólo porque tiene dos pies izquierdos, o llevarlo de las narices a clases de salsa así no le gusten, o negarme la idea de salir a bailar solo porque mi amado la va a pasar fatal, y porque será muy mal visto que yo ande sin él por ahí en sitios nocturnos. Quisiera irme de viaje en bicicleta con alguien que ame la biela, sin tenerme que sentir culpable porque mi compañero de cama se queda en casa. Quiero hablar por horas con quien fue mi novio por varios años sin que el hombre que camina a mi lado se sienta amenazado. Deseo esa misma libertad, naturalidad, riqueza y diversidad para las personas que amo y que se sienten cómodas viviendo de esa manera. Creo firmemente que con dosis importantes de sinceridad, de autoestima, empatía y autoconocimiento puedo conservar vínculos de estos hasta que me muera, así el tipo de relación se transforme con el tiempo. No estoy en búsqueda de una vida de “te uso y te deshecho”, se trata de todo lo contrario. El poliamor tiene dosis importantes de incomodidad. Una de mis más recientes experiencias me llevó a darle un discurso muy completo sobre mi estilo de vida y mis creencias a un hombre con el que había salido apenas un par de veces. Lo hice porque me gustaba la idea de verlo por tercera vez, pero quería que él supiera con quién estaba tomándose un café. No me interesa meter a nadie a tientas en esta locura con el argumento de “tú no me preguntaste nada” o “en ningún momento nos prometimos exclusividad”. Yo quiero mucho. Me gusta llevar a muchas personas en mi corazón, desearles una vida feliz, estar a su lado en la salud y en la enfermedad, aprender a su lado. Es por eso que no creo en la idea de que todo tiene que girar en torno al sexo. Hay personas que se entienden en lo económico, en sus valores, en lo cotidiano, tienen historia; y aún así su conexión sexual puede no ser tan fuerte. ¿De verdad esperamos que se eliminen mutuamente de la vida, con todo lo que tienen en común, para que puedan buscar otra cama? ¿O esperamos que se olviden de que las sexuales son necesidades tan antiguas como las alimenticias? De otro lado, compartir sábanas con alguien, ¿realmente le da a esa persona la potestad de decirme cómo invertir mi tiempo, con quién verme y con quién no, a quién abrazar por más de 10 segundos? Si comparten la cama, comparten la vida entera y si no hay sexo no hay nada. Esa es la manera en la que siento que está construida la monogamia y no me agrada. Muchos años de relaciones amorosas a distancia me llevaron a construir cotidianidad y vida con muchas personas distintas a mi compañero oficial de vida. Amigos y amigas me han acompañado en la tristeza y la felicidad, en la riqueza y en la pobreza, como dicen en los matrimonios. Mientras tanto mi pareja, con quien tenía una conexión tremenda, pasaba su cotidianidad con otras personas. Fuimos felices, no los cuatro, sino los 10 o 15. Ahora que esa relación se terminó, creo que los mismos principios aplican aún cuando comparta ciudad con las personas que quiero. Mi brújula en este camino emocional sin mapa ha sido siempre la honestidad. El primer paso para lograrla es conectarme conmigo misma, responder a preguntas que a veces no nos hacemos: ¿cómo me siento?, ¿qué es lo que realmente necesito?, ¿qué me agrada y qué me incomoda a mí, no solo a la gente que me rodea? El siguiente paso es sonrojarme por decisión propia. Aguantarme la pena, el sudor de manos, el temblor de voz que causa poner sobre la mesa un tema incómodo. Saber que las personas que quieres se pueden sentir mal hablando del tema, que puedes estar actuando en contravía con sus expectativas, que el tipo de vínculo que tienes con ellas podría cambiar a raíz de esa conversación y, aún así, preferir la verdad sobre la comodidad. Eso se volvió una constante en mi vida. Esos momentos de verdad no han sido propiamente divertidos, pero siempre me han dejado grandes aprendizajes y vínculos muy poderosos. Ha sido un entrenamiento paso a paso, lleno de tropiezos. No nos educan para expresar nuestras necesidades y temores de manera sana. Nadie en la escuela nos enseña a tomar responsabilidades sobre nuestras emociones, a comunicarlas con empatía y respeto por el mundo emocional del otro, dejando de lado la culpa y el juicio. Aprender de a pocos en ese camino me ha cambiado la vida y me a ayudado a comprender aspectos profundos de los misterios del espíritu humano. Yo no creo que tener más de una pareja sexual sea para todo el mundo, tal vez tampoco lo es la idea de tener una red diversa de afectos. Admiro a quienes conviven, crían hijos, comparten sexo y economía para toda la vida con una sola persona. Sin embargo, más allá de lo que pase entre las sábanas, me encantaría que alimentáramos una cultura donde podemos conectarnos con nuestras emociones sin juzgarnos por ellas, expresarlas libre y sanamente, entender que hacer feliz a otro hasta que la muerte los separe es paternalista e imposible, que ese otro no va a ser feliz a menos que decida serlo, así yo me pare en las pestañas todos los días y no tenga ojos sino para él/ella. Quisiera vivir en un mundo donde amar y someter no estén tan vinculados. Yo estoy recorriendo el camino lentamente, con desaciertos y caídas, pero con determinación y mucho corazón. Escrito por Marcela Arango Bernal. Gracias, de corazón, por compartirnos un pedazo de ti que nos refleja a todes un poco. |
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